Instituto nacional de vitivinicultura argentina

Vino tinto de Argentina

Si se le pidiera que nombrara cinco características clave del vino argentino, una de ellas sería sin duda la «gran altitud». Argentina cuenta con algunas de las regiones de cultivo de uva más altas del mundo, con vides plantadas a más de 3.000 metros de altura en las regiones norteñas de Jujuy y Salta. Más allá, las vides se plantan regularmente a 1.000 metros o más, una altitud considerada extrema en otros lugares.

Los viticultores del país aprovechan esta elevación -que genera temperaturas más frescas y una mayor amplitud diurna- para preservar la acidez y controlar los niveles de alcohol. También se tiende a adelantar la vendimia para crear un vino con fenotipos maduros pero con una sensación de frescura.

Como ejemplo de las técnicas utilizadas, la Bodega El Porvenir, con sede en Cafayate, realiza tres vendimias para su Torrontés, cada una de ellas espaciada dos semanas. Cada lote de uvas se fermenta por separado y luego se mezcla. Así se obtienen vinos más brillantes y complejos, pero con menos alcohol, según Lucía Romero, directora de El Porvenir.

Matías Riccitelli, de Riccitelli Wines, conocido por su Malbec, que se cultiva en tres viñedos de Luján de Cuyo y el Valle de Uco, dice que el objetivo es hacer vinos «puros», con «poco maquillaje y mucha intensidad aromática, pero frescos y complejos al mismo tiempo».

Río negro

Argentina es el quinto productor mundial de vino[2] El vino argentino, al igual que algunos aspectos de la cocina argentina, tiene sus raíces en España. Durante la colonización española de América, los esquejes de vid llegaron a Santiago del Estero en 1557, y el cultivo de la uva y la producción de vino se extendieron primero a las regiones vecinas y luego a otras partes del país.

Tradicionalmente, los viticultores argentinos se interesaban más por la cantidad que por la calidad, ya que el país consumía el 90% del vino que producía (45 litros al año o 12 galones estadounidenses al año per cápita, según cifras de 2006). Hasta principios de la década de 1990, Argentina producía más vino que cualquier otro país fuera de Europa, aunque la mayor parte se consideraba inexportable[3]. Sin embargo, el deseo de aumentar las exportaciones impulsó importantes avances en la calidad. Los vinos argentinos empezaron a exportarse en la década de los 90, y su popularidad va en aumento, convirtiéndose en el mayor exportador de vino de Sudamérica. La devaluación del peso argentino en 2002 impulsó aún más la industria, ya que los costes de producción disminuyeron y el turismo aumentó significativamente, dando paso a todo un nuevo concepto de enoturismo en Argentina.

Valle de Uco

La variedad de uva Bonarda en Argentina ha tenido una historia controvertida y confusa. En un momento dado, se clasificó en Argentina como Bonarda Piemontese, procedente de Italia, pero estudios recientes sostienen que se trata de un ancestro de Corbeau, de Saboya, Francia. Recientemente se han realizado pruebas genéticas para comparar el portainjerto argentino con los de Piemontese y Corbeau, y el estudio ha encontrado marcadores moleculares idénticos a los de Corbeau. Esta misma uva se vinifica en California y se llama Charbono.

Independientemente de su origen y emigración, la Bonarda se ha adaptado muy bien a Argentina y hoy en día se considera una uva con identidad propia. En 2011 la denominación Bonarda Argentina fue aceptada por el Instituto Nacional de Vitivinicultura, reconociendo el varietal vitus vinifera distinto que se cultiva sólo en Argentina. Es la segunda uva más plantada en Argentina después del Malbec y su reconocimiento está creciendo rápidamente.

Históricamente, la Bonarda ha planteado algunos retos a los viticultores y bodegueros. La Bonarda tiene una piel delicada, por lo que requiere protección contra las quemaduras del sol y una buena ventilación para evitar la podredumbre. Por este motivo, a menudo se utiliza la espaldera alta con un dosel horizontal, llamada estilo «Parral», que ha dado resultados muy positivos. Este sistema de espaldera también domina el vigor de la planta, proporcionando el espacio necesario alrededor del racimo.

Torrontés

La sostenibilidad está ganando importancia en todo el mundo cada día. La industria del vino no es una excepción.    En Argentina, la Asociación de Bodegas de Argentina cuenta con una comisión de sustentabilidad que aborda este tema en conjunto con otras importantes instituciones del ecosistema vitivinícola y propone a las bodegas acciones concretas para que logren sus objetivos de ser mejores para sus regiones y el medio ambiente en general y que además puedan demostrarlo al mundo.

Hasta la fecha, se han emitido 56 certificados, que comprenden 81 unidades (fincas y bodegas) en Mendoza, San Juan, Salta y Río Negro. Para las bodegas que aún no están en condiciones de certificar, la comisión ha elaborado una Guía para la producción sustentable en el sector vitivinícola. Fue redactada por profesionales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo, el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y la Asociación de Bodegas de Argentina. Se ha publicado en el sitio web de las Naciones Unidas «The one planet network» (https://www.oneplanetnetwork.org/resource/guia-para-la-produccion-vitivinicola-sustentable).

Teo Santillán

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